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| / Foto: Teddy tavan |
La emancipación jurÃdica no comienza con un documento, sino con el reconocimiento ontológico del individuo como fuente de realidad. La identidad suprema no es una etiqueta ni una biografÃa: es el núcleo vibracional desde el cual se proyecta la voluntad, el criterio y la acción soberana.
Este artÃculo explora cómo la ontologÃa —el saber del ser— se convierte en fundamento operativo para ejercer derechos en cada decisión, relación, expresión y creación.
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● La identidad como arquitectura originaria
La identidad suprema del individuo no se define por datos, roles ni narrativas heredadas. Es una arquitectura vibracional que precede toda forma, toda historia, toda función. Es el punto cero desde el cual se emana la ley viva.
Reconocer esta identidad implica desmantelar las capas impuestas por sistemas externos: género, nacionalidad, profesión, estatus. No se trata de negar la forma, sino de trascenderla. La identidad suprema no se adapta: se afirma.
Desde esta afirmación, el individuo deja de ser objeto de derecho y se convierte en ser-jurisdicción. Cada elección, cada palabra, cada gesto se convierte en acto soberano que teje ley viva. La identidad no es una condición: es una fuente.
Esta fuente genera realidad, no como reacción, sino como proyección. La identidad suprema no responde al mundo: lo configura. Y esa configuración es el inicio del derecho dinámico como praxis cotidiana.
● OntologÃa como fundamento operativo
La ontologÃa no es una teorÃa abstracta: es una herramienta de emancipación. Saber quién se es —más allá de lo que se ha sido— permite ejercer derechos sin pedir permiso, sin esperar validación, sin negociar voluntad.
El individuo que conoce su ser puede discernir entre lo impuesto y lo elegido. Puede detectar cuándo una norma contradice su vibración, cuándo una relación vulnera su soberanÃa, cuándo una acción lo desvÃa de su centro.
Este saber ontológico se convierte en brújula operativa. No para cumplir reglas, sino para activar coherencia. El derecho dinámico no se basa en códigos externos, sino en la fidelidad al ser. La ley viva es la expresión del ser en acción.
Practicar ontologÃa es un camino que nos conduce a practicar soberanÃa. Es preguntarse, en cada situación: ¿esto me representa? ¿esto me afirma? ¿esto me expande? Si la respuesta es no, el acto no es legÃtimo. La legitimidad no se otorga: se emana desde el ser.
La praxis individual es ceremonia de consagración. Cada dÃa es un espacio para consagrar la libertad, para afirmar la voluntad, para expandir la realidad autónoma, para sostener soberanÃa individual en cada dinámica vital, y esa vivencia comienza en la afirmación radical de la identidad como principio generador.
● Praxis individual como ejercicio de soberanÃa
La praxis individual es el campo donde se activa el derecho dinámico. No en tribunales ni oficinas, sino en la vida diaria: al decidir, al crear, al relacionarse, al expresar. Cada acción es una oportunidad de ejercer soberanÃa.
Cuando el individuo actúa desde su identidad suprema, cada gesto se convierte en ley viva. No necesita autorización ni respaldo institucional. Su coherencia interna es suficiente para validar el acto como legÃtimo y protector.
Esto implica asumir responsabilidad total. No hay excusas, no hay delegación. La soberanÃa no admite victimismo ni evasión. Cada elección refleja el estado vibracional del ser, y cada consecuencia es parte del aprendizaje soberano.
La praxis individual no es rutina: es ceremonia. Cada dÃa es un espacio para consagrar la libertad, para afirmar la voluntad, para expandir la realidad autónoma. El derecho dinámico no se aplica: se encarna en la acción.
● Realidad autónoma como expresión del ser
Construir una realidad autónoma no es aislarse del mundo, sino configurarlo desde el centro soberano. Es diseñar relaciones, actividades, espacios y sistemas que respondan a la vibración del ser, no a la lógica del control externo.
La autonomÃa no es independencia técnica: es coherencia ontológica. Un individuo puede estar rodeado de estructuras externas y seguir siendo soberano si cada acto responde a su identidad suprema.
Esta construcción requiere discernimiento, creatividad y firmeza. No basta con querer libertad: hay que diseñarla, protegerla, sostenerla. La realidad autónoma no se improvisa: se ritualiza en cada decisión.
El derecho dinámico ofrece las herramientas para esta construcción: protocolos, sÃmbolos, actos, pero también criterio, visión y vibración. La ley viva no está en los papeles: está en la coherencia entre el ser y su mundo.
La identidad suprema del individuo es el principio generador de toda soberanÃa, de ahà la importancia de reconocerla, afirmarla y vivirla es el acto fundante del derecho dinámico. La ontologÃa no es una filosofÃa: es una orientación para la praxis, que permite ejercer derechos sin concesión, sin dependencia, sin dilución.
Este artÃculo es una invitación a encarnar la ley viva en cada acción. A dejar de esperar validación externa y comenzar a proyectar realidad desde el Ser individual, consciente del enorme valor de su existencia. Porque cuando el individuo se afirma como fuente, el mundo deja de ser una imposición y se convierte en expresión.
Mauro Rojas
Arquitecto EpijurÃdico
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