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Monotemáticos es un flujo de experiencias donde el disfrute de la compañía se vuelve un recurso necesario para recrear historias nuevas e inadvertidas. [Foto: Sally Clarck]
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Dialogar con Omar Aguirre sobre la expresión del cuerpo es ya una obra aparte, pero esta vez la historia recoge aventuras más complejas en su calidad de creador de Monotemáticos, encuentro anual de danza contemporánea que aporta luces al necesario crecimiento del movimiento artístico en Guayaquil. Monotemáticos es una ejemplar propuesta de emprendimiento colaborativo que nace del amor, del disfrute de compañía, y como tal, hace presencia de manera honesta, seria, sensible.
Confeccionar un relato escrito en torno a la danza resulta ser siempre una empresa descabellada, saltar de un avión sin paracaídas, para entregarse al vacío esperando aterrizar en otros mundos, creados por artistas decididos a inmortalizar sus respectivas visiones de la vida en obras que soportan el peso de la precariedad temporal. Capturar una brevedad de esos imaginarios es un compromiso atrevidamente placentero, situación que halla particular identificación con las motivaciones que empujan a Omar Aguirre a apostar por la gestión cultural.
En la tercera edición de este encuentro, Omar hace memoria de hechos puntuales que lo generaron: "tuve la intención de ir en compañía de algunos colegas, a quienes estimo mucho, para formar un grupo de obras que serían presentadas en Quito y así estimular la visibilidad de talento guayaquileño que se desarrolla continuamente". El nombre de esta iniciativa, surgida en el año 2015, fue tomando forma a través del humor: "fuimos los monos a presentarnos en la capital", refiere entre risas cada vez que cuenta su historia, remarcando el alentador provecho que podemos obtener al reírnos de nosotros mismos. Las funciones tomaron lugar en el teatro Mandrágora, sin sospechar que de esa semilla germinaría ruta propia.
El intro de Monotemáticos propicia una ruptura para conectar con el público desde un recurso primordial: la presencia cercana. Bailarines improvisando entre el público que ya está listo para acceder al teatro provoca una grata sorpresa y despierta curiosidad por conocer qué vendrá después.
Siento mucha franqueza en el origen y conceptualización de Monotemáticos ya desde la provocación para generar conexión, que se percibe espontánea. La edición para este año, presentada el pasado miércoles 24 de mayo en la sede centro de la Alianza Francesa de Guayaquil, resume esa intencionalidad inteligentemente desprovista de acartonamientos, propicia una ruptura desde su momento de introducción a partir de un recurso primordial: el acto de la presencia. Bailarines improvisando entre el público que ya está listo para acceder al teatro provoca una grata sorpresa y despierta curiosidad por conocer qué vendrá después.
Desde diversas aristas, se establece una postura ciudadana. En Mosho, pieza inaugural coreografiada e interpretada por Omar, se intuye un habitante con la memoria en el exilio, cuestionando, de una u otra forma, el olvido al que destinamos nuestros sueños de infancia cuando nos permitimos adaptarnos a encierros que enturbian la fluidez necesaria en nuestras relaciones, un reclamo que no encuentra espejo, que ve una salida en la exclamación etérea y deliberada, buscando la posibilidad de escucha, esperando ansiosamente una recepción que asoma con carácter ausente.
Abajo, más abajo, interpretada por Jenny Carvajal y Patricio Albarracín bajo dirección del mismo Omar Aguirre, interesante muestra de química escénica donde la palabra se transforma en madeja para tejer anhelos e inquietudes familiares, una necesidad por encontrar el equilibrio doméstico, por sostenerse en suelo firme, para entender el sustento de la convivencia.
Agazapados, con coreografía de Carolina Pepper e interpretación de Patricio Albarracín junto a Omar Aguirre, se apropia de las urgencias cotidianas para tratar con humor los inesperados conflictos que asoman cual garúa, obra que no sólo goza de una sólida relación interpretativa de sus ejecutantes, sino que además nos permite viajar por las aceras céntricas de la ciudad gracias a su acertado empleo de desplazamientos, logrando ampliar nuestra visión en una sala pequeña.
Un desconcertante y provechoso cierre fue logrado con Invisibilidades, con interpretación y autoría de Jenny Carvajal, pieza que evidencia un desenfado con lo estructural, lo pre configurado, negando el orden como condenando la fantasía que aceptamos como verdad, un estado de comunicación corporal de carácter ritual donde el habitante invalidado de la ciudad deja entrever su actitud rebelde e inmortal: un árbol que se niega a obedecer la estructura urbana que lo condena a ser talado en función de adorno paisajístico, aferrándose a su naturaleza informalista y omnipresente para renacer cuantas veces sea posible, oponiéndose a la dureza del civilizado asfalto, lo urbanamente establecido.